Ser criminólogo no es solo una
profesión, que por desgracia, no está muy bien reconocida en España. No sólo es
una carrera, ni sólo es la ciencia que se encarga de estudiar el crimen, de
prevenirlo. No solo es una mezcla de Psicología, Derecho, Sociología y Trabajo
Social. Es mucho más. Es una forma de ser, de ver las cosas, de vivir.
Entré
en Criminología como un mero trámite, un puente que tenía que cruzar para
conseguir una meta superior. Sin embargo, tras tres años de carrera no soy la
misma persona que entró. Soy más paciente, más imparcial, más objetivo, más
reflexivo, más racional. Ya no me dejo llevar por reacciones sociales ni
sensacionalismos mediáticos. Ya no me creo todo lo que me cuentan, ni todo lo
que leo y veo por televisión, al menos, hasta que no lo he comprobado en
distintas fuentes y por mí mismo. Ya no me dejo engañar por cualquiera. Ahora
entiendo el poder de pensar, de reflexionar, criticar y hacer filosofía. Entiendo
al que juzga y al que delinque. Ahora busco la aplicación de la Ley y de la
Justicia y no de la venganza. Soy menos impulsivo y visceral. Soy más paciente,
metódico y disciplinado. Leo más, me informo más, aprendo más. Ahora sé que no
te puedes conformar con lo que hay en el exterior. Ni siquiera contigo mismo.
Que si algo no funciona bien, puedes cambiar algo para que vaya mejor. Que todo
es relativo a tu comportamiento y al cómo te tomas y afrontas los problemas.
Posiblemente, todo esto no sea producto específico de la Criminología, y de hecho, es lo que espero, pues todo esto son las características que tendría que tener cualquier persona cuyo campo de trabajo sean las personas: objetividad e imparcialidad; ser capaz de dejar a un lado las ideologías, las creencias y los prejuicios.
Pero
en mi caso concreto ha sido la Criminología la que me ha dado mucho más que un
conocimiento sobre un campo (que relativamente pude considerarse amplio), me ha
dado una nueva vida. Le debo mucho a la Criminología y por ello estaré en deuda
con ella toda mi vida.